miércoles, 4 de noviembre de 2009

XL en un mundo small

XL en un mundo small

Si nunca tuviste problemas de gordura, te parecerá raro que alguien pueda comer una docena de medialunas, se sirva tres platos de fideos o pase de lo salado a lo dulce con prisa, y sin pausa. Tampoco vas a entender que, de tanta presión abdominal, un pantalón pueda estallar y el botón salga volando con la fuerza de un objeto contundente arrojado por un barrabrava. Yo, que tuve mis kilos de más, recuerdo aquella época como una experiencia frustrante. Así fuera por la demostración objetiva de los hechos –los jeans me achuraban– o por el comentario de parientes o amigos. “Qué lástima, te arruinaste”, fue la frase que encabezó el ranking, copyright de una tía. Tan democrático se había vuelto el tema de mi aspecto, que hasta el electricista me preguntó: “¿Estás embarazada o les entraste a los postres?”. Cuando volví a mi peso, la experiencia se convirtió en una anécdota que invita a la risa. Pero el trasfondo sigue siendo dramático para mucha gente.

Que una mujer no esté a gusto con lo que le devuelve el espejo puede tener consecuencias variadas. Algunas dejarán de salir de su casa por vergüenza y otras comerán platos saludables en público y porquerías a escondidas por miedo al qué dirán. En la mayoría de los casos, más allá de la balanza, lo que tendrá un peso realmente enorme será la mirada ajena. Y también el estereotipo social que impulsa –casi como en un eslogan– la idea de que a cuerpo flaco, felicidad garantizada. A la inversa, la realidad extra large ha sido la mala de una película que hoy parece haber rodado su escena final. ¡Corten!

BIG GIRLS YOU ARE BEAUTIFUL. Ese moderno cantante británico de nombre artístico Mika, juega con su espléndida voz: “Se sienten enormes globos / Yo digo, “Ey, chicas grandotas, ¡son hermosas!”. En el video de su hit, un séquito de señoritas de carnes abundantes vestidas con ropas ligeras lo acompaña en un baile callejero lleno de color y desparpajo. Del mismo modo, modelos y actrices entradas en kilos acaparan un nuevo mercado: el de las mujeres que ya no quieren comprar imágenes inalcanzables. Desde las curvas generosas de América Ferrara, la protagonista de la exitosa serie Ugly Betty, hasta la contundencia textual de Gorda, la obra de teatro que batió récord de taquilla en el ámbito local, protagonizada por la actriz española de tamaño y talento XL Mireia Gubianas.

En diálogo con Para Ti y a punto de poner fin a sus exitosas temporadas, Gubianas señala: “Ojalá que la obra haya invitado a la reflexión. Me encantaría pensar que marcamos un cambio –dice–. En Gorda se habla de muchas cosas, no sólo de la gordura. Demuestra hasta qué punto uno puede dejarse influenciar por la mirada de los otros. Por eso, la cuestión radica en que no haya un solo modelo de belleza. En Argentina, ser linda significa estar delgada y tener el pelo largo y lacio. Pero está claro que lo bello pasa por otro lugar. Ojo, que la belleza no es sólo interior, me enfada esa frase. Noto que hay muchas mujeres que nunca se sienten conformes con lo que tienen y eso es cultural. El otro día se me acercó una señora para felicitarme por mi trabajo y contarme que se quería hacer una lipo pero no se animaba a que el cirujano la viera sin ropa”, comparte la actriz y cuenta asombrada que, finalmente, la mujer le dijo que iba a hacer terapia para perder la vergüenza con el cirujano, en vez de resolver su conflicto de fondo.

Sin duda, la compañía de productos cosméticos Dove vio la veta a la hora de convocar para una campaña a una decena de chicas anchas de caderas y con panzas mullidas que aparecían en ropa interior de color blanco, untándose crema con un mensaje prometedor: “Las curvas reales también están de moda”. ¿Quién dijo que había que ser flaca para ser linda? Habrá que preguntarle a Carina Jarabroviski (19), la cara increíble de la publicidad de Portofem, marca de ropa de talles grandes. “Quizás está bueno decir que soy modelo, porque es romper con un estereotipo. Evidentemente lo soy, porque represento a un tipo de mujer. No lo explico demasiado, creo que hay que naturalizarlo –dice y asegura que, aunque trabaja como maestra jardinera, su vocación está en el canto y en las fotos–. Claro que el exceso de peso no es bueno para la salud, lo que no quita que una igual tenga que salir a la calle y disfrutar de la vida. Vivo con esto desde chica: a los 10 años tenía 25 kilos de más. Mis papás me obligaban a hacer dieta, pero yo no quería. Un día hice el clic y fue un cambio, nadie tiene por qué imponernos una forma de vivir. Ahora voy a una nutricionista y trato de comer sano, pero existen disparadores emocionales que en determinados momentos me llevan a comer. El año pasado pesaba 10 kilos más y tenía ataques de pánico, no quería salir de mi casa”, recuerda Carina, mientras su sonrisa angelical cautiva a la cámara. ¿Su queja? Que las variaciones de peso le dejaron estrías y que no siempre consigue ropa. Por eso, en la ciudad de La Plata, el Consejo de la Mujer municipal realizó un desfile con modelos XL para promover el cumplimiento de la ley de talles. “Nos pareció importante promover la inclusión, para que todas las mujeres puedan recuperar su autoestima. De hecho, se nos complicó conseguir la ropa en locales tradicionales, así que tuvimos que hacer conjuntos a medida a través de un grupo de mujeres emprendedoras. Por suerte, el desfile tuvo mucha repercusión y el clima fue festivo”, indica Marcela Pastore, directora de la entidad. En Chile, por ejemplo, la empresa de maniquíes Maniquíes García comenzó a fabricarlos en talles grandes, a pedido del público.

REDONDECES FASHION. La primera fue Sophie Dahl, una inglesa de ojos azules y piel de porcelana, que a fines de los ’90 esculpió una nueva imagen de belleza con sus 90 kilos repartidos en un talle 44. La descubrió la revista Vogue y desde entonces no paró: fue tapa de las revistas más importantes y se convirtió en la figura de infinidad de desfiles. Sin embargo, muchos critican que haya decidido bajar de peso hasta casi convertirse en una típica modelo flaca. Por el contrario, la top Crystal Renn comenzó siendo anoréxica y luego aumentó 30 kilos. Y cuando creyó que su carrera como modelo había terminado, por el contrario, comenzó a recibir más propuestas que antes. Con sus 96-82-109 fue musa del diseñador Jean Paul Gaultier y participó en varias ediciones de la Fashion Week de Milán. La nueva belleza generosa se llama Lizzi Miller y luego de posar desnuda, mostrando sus rollos, en la edición de Glamour USA dio que hablar: las lectoras mandaron infinidad de cartas celebrando la inclusión de una mujer más parecida a ellas que el resto de las modelos.

Quizá por esa razón, los últimos desfiles internacionales también optaron por las curvas: Vivienne Westwood eligió a Pixie Geldof y Mark Fast alegó: “Adoro el carisma que tiene este tipo de chicas”. Otras no tuvieron tanta suerte: la prensa del mundo saltó a la yugular de Britney Spears cuando apareció más gorda luego de su separación, y lo mismo ocurrió con Jessica Simpson. Incluso la modelo checa Karolina Kurkova dejó de ser considerada “la más sexy” para convertirse en una “gordita con celulitis”, según los críticos de moda. Ella sintió que debía justificarse: “Tengo problemas de tiroides”, se defendió. Silvia Domínguez (30) es maestra jardinera y trabaja en un local de ropa de Recoleta. Llegó a pesar 130 kilos, hasta que decidió ir al programa Cuestión de Peso, emitido durante dos temporadas por Canal 13. Allí bajó y también recuperó peso. “El programa y la ley de obesidad fueron importantes porque la gente entendió que los gordos no queremos serlo, sino que sufrimos una enfermedad. Muchos empezaron a tener más respeto y a no reírse de la gordura. Tampoco hay que hacer una apología de la obesidad sino respetar el cuerpo que cada uno tiene”, observa Silvia y confiesa: “Empecé a engordar cuando falleció mi hermana en un accidente. Tenía 9 años y fui testigo de cómo la llevó por delante un camión. Eso desencadenó la tendencia que llevo en mis genes; el tema de la comida está muy vinculado a lo emocional. Siempre se encuentran excusas para comer. Por eso, una dieta sin ayuda psicológica no sirve. Ahora, si alguien me dice algo negativo acerca de mi cuerpo sonrío y respondo “gracias”. Antes nadie podía saber mi peso, usaba las balanzas a escondidas”.

Bárbara Andreoli (20) estudia radiología y a los 17 años medía 1,60 metro y pesaba 120 kilos. Aunque bajó 40, asegura que todavía se viste de negro por costumbre y que su cabeza aún no procesó su nueva figura. “Vengo de una familia italiana, de comida power. Un costillar sólo rendía para cuatro personas y me acostumbré. Para mi mamá que yo engordara era sinónimo de que estaba sanita –explica y reconoce que durante años sufrió una adicción a la comida–. Hasta que no me tragaba el pedazo de torta que había sobrado, no me dormía; o me levantaba a la madrugada para devorar unas galletitas que había escondido en la biblioteca. Después, aparecía el tema de la culpa. Cuando volvía del colegio me comía una bolsa llena de golosinas en el camino y después, además, almorzaba. En esa época comía dos kilos de asado o una docena de medialunas yo sola. Lo peor que me pasó fue casi no poder ir a mi fiesta de egresados: mis compañeros se habían puesto de acuerdo para ir de jeans, pero a mí no me entraba ninguno. Dos horas antes de la fiesta, estaba tirada en la cama llorando, hasta que mi mamá me dijo que no iba a parar hasta encontrar algo que me quedara. Ella, que lloraba a la par mío, me llevó por todos los negocios, hasta que conseguimos un pantalón enorme y carísimo. Hoy lo miro y no puedo creer haber estado ahí adentro. Fue horrible. Una vez fui a un parque de diversiones y no me pude subir a la montaña rusa porque no me cerró la traba de seguridad. Y aunque nunca se lo dije a nadie, te confieso que no fui a mi viaje a Bariloche porque no quería pasar el papelón de que no me entrara el traje de nieve. ¿Para qué ir a sentirme mal?”, recuerda con los ojos virdriosos Barbie, quien recién se sintió con valor para empezar un noviazgo cuando bajó de peso.

Natalia Apelhan (22) tiene una voz impresionante y participó del reality que buscaba protagonista para el musical Hairspray. “Yo soy consciente de que soy un cuerpo aumentado, pero no siento que eso sea un impedimento para desarrollar mi vida social y artítistica. Soy grandota, pero tengo mis curvas. Lo que más me cuesta es empezar la dieta porque soy muy ansiosa y no es que no me importa mi peso: es un tema de terapia. Años atrás tuve una época en que pesaba 15 kilos menos. Hoy llego a 80 y los chicos de mi edad no me miran. Nunca me pasó algo traumático, pero es muy feo ver que el taxi o los colectivos no le paran a un obeso. Eso no ayuda a que uno quiera mejorar y salir adelante. Las personas con sobrepeso somos muy vulnerables: si alguien te dice algo feo se te viene el mundo abajo. A veces me pregunto por qué me cuesta tanto bajar de peso. Incluso me han aconsejado empezar a fumar para que deje de comer, ¿te das cuenta? A veces hay gente que intenta ayudar y no sabe cómo, pero hay otros que directamente hacen comentarios con maldad”.

Kilos de más o de menos, al final todas las historias de peso encuentran puntos en común. Desde aquella mujer que, cada vez que llama a la heladería desde su casa para pedir el kilo de helado que comerá sola, disimula despegando el auricular de su oreja y pregunta al vacío: “¿Y ustedes, qué gusto quieren?”.Pasando por todas esas mujeres que guardan prendas en tres talles diferentes, “por las dudas”. Hasta esa adolescente que, por vergüenza, va comprando una pila de glososinas en kioscos distintos, en una especie de raid alimentario. Relatos difíciles que hablan de la soledad, de la tristeza, de la incomunicación y de un modelo de delgadez inalcanzable que termina haciéndose doloroso. Porque, en definitiva, duelen las palabras de la joven Barbie: “Mil veces me he tirado en la cama a llorar y jamás se lo conté a nadie. Al gordo sólo lo entiende alguien que pasó por lo mismo. El tema del peso es complicado: yo subo, bajo, subo, bajo... y te diría que, lamentablemente, más subo que bajo”.